Almas siamesas
Así es como nos recuerdo, con las cabezas próximas y un libro entre las manos.
Un día yo puñetera te puse una trampa debajo de la cama. Eran unos folios con un relato incompleto en el que aparecías y al reconocerte pegaste un respingo. Tú furiosa, yo muerta de risa. Tú lanzándome papeles e improperios y yo un te está bien merecido por meter las narices en mis cuentos.
Varias décadas después olvidé este suceso y a la postre lo pagué-pagamos muy caro.
Me desgarraste-nos desgarramos, me dijiste escribe lo que quieras pero yo no quiero saberlo y me concediste tu gracioso permiso para mentarte y, en ese instante, supe que te perdí para siempre.
Tú nunca quisiste ser mi protagonista
Hermoso, aunque triste a la vez.